
Las toxinas, que provienen de los pesticidas, radionucleidos, productos de la quema de combustibles, metales pesados, líquidos aislantes, llegan a las regiones polares con las corrientes atmosféricas, fluviales y marinas, y se acumulan en el tejido grasoso de pequeños animales. Los organismos de los depredadores que se alimentan de las criatuaras ya contaminadas, acumulan una gran cantidad de materias químicas peligrosas.
Los efectos de estas sustancias en conjunto pueden influir en los huesos, los órganos y en el sistema inmunológico y reproductivo de los animales. En particular, pueden resultar en la deformación de los órganos sexuales, hiperactividad de los órganos, afectar al sistema nervioso y la densidad ósea.
Aún peor, según los científicos, el calentamiento global además de fomentar la intoxicación de los osos blancos, estos sufren la disminuición de los hielos árticos, es decir, de su “tierra” natal, se ven obligados trasladarse en búsqueda de los alimentos a los terrenos poblados por el hombre y exponerse de este modo al pelígro. Careciendo de comida, los osos ayunan y adelgazan, su grasa se quema, liberando sustancias peligrosas a la sangre acumuladas en su cuerpo.
Según los datos del Grupo de Especialistas de Osos Polares en la Comisión de la Supervivencia de las Especies de la Unión Internacional de la Conservación de la Naturaleza (UICN), los plantígrados árticos más contaminados viven en Groenlandia Oriental (Dinamarca) y en las regiones de los mares de Barents y Kara (Rusia). La contaminación afecta el sistema inmunológico de los animales, así como la regulación hormonal, su crecimiento, la reproducción y en definitiva a su supervivencia.
En total en el Ártico se registra entre 20 y 25 mil osos polares. En Rusia hay alrededor de 5 a 7 mil. Éste mamífero polar está declarado en Rusia como una de las especies en peligro de extinción.
Artículo completo en: http://actualidad.rt.com/ciencia_y_tecnica/medioambiente_espacio/issue_3084.html
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